Por:
Sergio Salazar Aliaga
El viernes 8 de
noviembre estaba en curso el Golpe de Estado en Bolivia con violencia implícita
y con el apoyo de la policía boliviana. La Unidad Táctica de Operaciones
Policiales (UTOP), cuya tarea era defender a Morales, acordaron en una reunión
que los oficiales de la UTOP decidían abandonar sus puestos para pedir la renuncia
de Evo.
Las razones: quejas de
presuntas órdenes de reprimir a manifestantes de la oposición y evitar a los de
Morales, resentimientos por un percibido trato preferencial dado a las Fuerzas
Armadas y el cansancio de combatir manifestantes.
Aproximadamente, a las
18:00pm de ese viernes, llamé a mi compañera para saber si seguía en el
Ministerio, pues el plan era evacuar. Habían llegado los del Comité Cívico
Potosinista (COMCIPO) y la Unión Juvenil Cruceñista, dos grupos de choque
prácticamente armados y la muchedumbre digitada por el Rector Waldo Albarracín
de la Universidad Mayor de San Andrés subía hacia la Plaza Murillo, caminaban
por el prado paceño ese momento.
-Sergio, Sergio me
gritó ella por el auricular
Pues en ese momento me
quede colgado recordando esas imágenes de mis lecturas precoces de juventud “El
presidente Colgado” de Augusto Céspedes, en el capítulo cuando el Rector de la,
UMSA Hector Ormachea Zalles arrastró a los estudiantes de la universidad a un
derramamiento de sangre porque urgía el complot para derrocar al gobierno popular
sin importar el costo, algo así estaba pasando… la vieja derecha no quería
colgar a Villarroel, lo buscaban a Evo.
Los agitadores
movilizaron al lumpen-proletariat, su depravación y sadismo era exterminar
cobardemente a los que lucharon por los pobres, por los humildes, por los
trabajadores, por los derechos de los más desprotegidos y las libertades
democráticas.
El 21 de julio de 1946,
una turba, incitada por la prensa pagada por la rosca minera y por la embajada
de Estados Unidos, asesinó y colgó a uno de los mejores presidentes de Bolivia,
ahora querían hacer lo mismo, unos días antes habían intentado asesinar a Evo
Morales, cuando su helicóptero cayó.
“En ese entonces la
radio “Condor” simulo haber sido tomada por unos estudiantes. Tres estudiantes improvisaron
una dramática audición llamando en su socorro al pueblo fingiendo que hablaban
en medio de las balas: ¡pueblo! ¡Sal a ayudarnos! Vengan a proteger a nuestros
hijos barridos por la metralleta asesina del gobierno, en estos momentos
estamos luchando y nuestros compañeros están cayendo a nuestros pies, ya han
caído dos, ¡estas serán tal vez mis últimas palabras, ya se acerca! Hay no, una
bala me ha tocado, hay Dios… ¡Y LA VOZ FUE CORTADA!”, cuenta Céspedes, pero acá
la misma simulación de dramatización la hacía Televisión Universitaria,
mostrando jóvenes gasificados y a los policías como gente que reprimía cuando
no movieron nada porque la instrucción era esa, los jóvenes con flores,
repartiendo agua y gritando policías únanse a la lucha….
Salgan del Ministerio
lo más rápido posible, atine a decirle y colgué rápidamente.
En eso entró el jefe de
seguridad del Presidente a mi oficina, le temblaba la mano, pero sereno me
dijo, -Prende la tele - ¡los pacos se han amotinado!
Quedé aterrado, pero
atento al mismo tiempo, buscaba el control en los cajones, no lograba verlo, al
final logre prender la tele, levante la cabeza y vi que había mucha más gente
que entraba para poder ver el extra noticioso, los policías de la ciudad de
Cochabamba estaban encapuchados, con las puertas cerradas de la unidad y desde
la parte alta del edificio, flameaban una bandera y afuera del edificio se
encontraban los motoqueros (cuasi-paramilitares) que pedían la renuncia del
presidente Evo, los policías se habían revelado contra el gobierno popular, y
amotinados nos ponían en más aprietos.
Lo primero que logré
escuchar fue: ¡Mierda! Que se han creído estos pacos, seguro ya los van a
encarcelar por sublevarse.
Vi mucha preocupación y
circulación de llamadas, a los 15
minutos escuché rumores de que cambiarían de comandantes, y esos comandantes
motines los pondrían presos, sentí algo
de calma, por ahí un deseo personal en ese momento, pero ayudaba para que
vuelva el ajayu. (El Ajayu es ese espíritu que vive en los corazones).
Salí al pasillo del
piso 23 de la casa grande del pueblo, había mucha gente, algo inusual, aunque
normal esos últimos días. Ya había llegado el comandante de la policía y vestía
un uniforme como de campaña, solo verde oliva con su gorra, también estaba el
entorno del Presidente, al verlos sentí mucha seguridad, pues siempre salieron
victoriosos, políticos muy hábiles.
Mi teléfono sonaba, así
que volví volando para contestarlo, era mi jefa.
-Sergio por si acaso
nos vamos a quedar- te aviso como saldremos de acá, así que te llamo más tarde.
Claro que sí, estaré
atento, ¡a tus órdenes!, le dije.
Me acerqué a la ventana
con vidrios blindados y a pesar de eso se escuchaban los ruidos de las hordas
que estaban al frente de la Casa Grande del Pueblo, se sentían los petardos y
las bazucas que lanzaban, la policía que se retiraba poco a poco, no puedo
mentir; sentí mucho miedo ese momento e inmediatamente me puse a pensar en la
mejor manera de morir ya que parecía todo perdido. Recordé una anécdota del Che
sobre el viejo cuento de Jack London, donde el protagonista apoyado en el
tronco de un árbol se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse
condenado a muerte, por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la
única imagen que recuerdo.
Volví a los pasillos, y
me encontré con los seguridades del piso, me acerque a ellos, vi que cerraban
las puertas con llave, eran unas puertas grandes, pesadas y de mucha seguridad.
-Estamos cerrando desde
el piso 7 por seguridad, me dijeron
Lo miré, tragué saliva,
y me acerqué. En plan de broma le dije
en vos muy baja, denme un arma, en el caso que se la tenga que usar.
-No te preocupes, les
entregaremos en un rato a todos.
En ese momento si creí
que ya no volvería a salir vivo de ahí, la llamé a mi compañera, ya en un modo
de despedida y le dije estamos bien, en ningún momento quise que entre en
pánico, intenté darle un mínimo de seguridad.
Estamos esperando que
terminen algunas reuniones más, pero saldremos en una hora aproximadamente, le
dije, en realidad había escuchado que el presidente no saldría de la casa del
pueblo, que ahí era patria o muerte, algunos ministros, ministras estaban medio
llorosos, dijeron que había que salir.
Al principio sentí su
vos, frágil y algo llorosa, después me dijo:
-Amor, ya quiero que
llegues, alcancé a comprar hamburguesas, quiero que estés aquí, estoy
viendo las noticias y las cosas están demasiado feas.
No te preocupes, sabes
cómo son de exagerados, dramáticos y amarillistas, sobre todo el canal
universitario, que es un chiste, hasta un ingeniero se inventaron.
Ella rió y me dijo
-Bueno, amor te estaré
esperando
A las 10 de la noche
logramos salir con mi equipo de trabajo, camuflados, con banderas de Bolivia y
cascos, nos escabullimos entre la gente y pasamos desapercibidos, tenía miedo
de que me reconozcan, tomé un taxi, el primero que vi, entré y le di mi
dirección.
Cuando llegue a casa
abracé a mi compañera, y le dije:
-Ya pasará…
Ese fue mi último día
con Evo.
El desenlace de los
días siguientes fue peor. Algún día lo relataremos.
Hoy estoy acá para
contarlo, entendiendo que nadie nos prometió un jardín de rosas, hablamos del
peligro de estar vivo.