Por: Sergio Salazar Aliaga
Hace mucho tiempo escuché decir a Walter Chávez que Fernando
Molina es un raro caso entre la intelligentsia liberal que escribe con pulsión
propedéutica y trata de explicar fenómenos por los hechos, claro ejemplo es su
artículo “Sociología del mesismo”, como anotaría Chávez “se encuentra muy
alejado de los analistas ad usum que hacen esfuerzos increíbles para que uno
sospeche que son tontos; y lo logran. Esos que diariamente exponen sus
“alarmismos” sobre el Proceso de Cambio, tratando siempre de resaltar los
puntos negativos del Gobierno, como si la realidad se limitara a ellos”
explica.
Ese mesismo está impreso por su propia identidad, Molina
señala que es la identidad del capital académico, el perfil del “bien
estudiado”, dirigentes que salen directamente de la élite blanca tradicional,
eso le ha costado muchas críticas de diferentes periodistas, intelectuales,
etc.
Muchos de esos pensadores siguen siendo símbolo de la
continuidad del pasado neoliberal, que ahora después de trece años de “proceso
de cambio” sacan su foto descolorida de un momento mágico, lo que fue para
ellos su momento de gloria hasta que llegó la presidencia sitiada.
Se la pasan pensando en el post-evismo y que hay que volver
al statu quo de antes, como decía Diego Ayo en el debate de Lucha libre en
Cabildeo: Se siente superior por ser
“Doctor” pero se siente inferior por no saber cocinar. Justamente ese es el problema de la
identidad, de la elite, que muchos de estos caballeros ven como eje ordenador
“la razón” como la luz, el Doctor frente
al alumno, frente al no iluminado (alumnis, sin luz). Kant decía “la
ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad”.
Ven al poder político como una relación de fuerza de los
saberes y no como la lucha de antagonismo, de conflictos, de los contrarios y
piensan en un régimen universal donde no hay más discusión. Molina nunca
sataniza el “título universitario”, al contrario hace una radiografía social de
lo que pasa en Bolivia, viendo al MAS con una mirada posmoderna que reconoce la
diferencia frente a la modernidad, lo peligroso de Ayo es no poder ver el
desplazamiento aparente de un objeto cuando es visto desde dos puntos
diferentes que no están alineados con el objeto.
El debate es interesante porque provocó a esa generación
burbuja neoliberal y sacó esos viejos conceptos para calibrar y juzgar lo que
se está haciendo, el cholo, el campesino, el indígena.
Ayo insiste en la meritocracia, en la tecnocracia y pretende
decretar que la historia está cerrada y fuera de uso, decía “aplaudamos los
títulos”, como Glucksmann “la élite poshistórica dio las buenas noches y se
consagró a autoreproducirese en círculo cerrado: el futuro del alumno es
convertirse en profesor, el futuro de los profesores es fabricar muchos
alumnos”, esa es su concepción del mundo, esa parte del mesismo bajo disfraces,
mezquindad individual y abandono. ¿Así quieren construir un gobierno de
ciudadanos?, dejo esto al criterio del lector.