Por: Sergio Salazar Aliaga
Amor mío, nunca olvidare esa noche que me anime a ver una vez más la película de Frida Kahlo, te lo aseguro que no fue por gusto porque a veces las biografías pueden ser muy aburridas, yo simplemente pretendía entender tu mundo y como actuabas, en realidad ya soñaba por pertenecer en tu mundo, por eso buscaba esa sustancia de ti, esa sustancia de sujeto que representabas en tu feminismo más puro y sincero, que siempre será el problema de la síntesis de lo universal y lo particular como una reconciliación hegeliana.
Ese mismo día hablamos, reímos y me llamaste sapito, yo te
respondí pícaramente como palomita, haciéndome el entendido del tema, pues en
ese momento ya existía un espíritu entre nosotros, yo creo que tratábamos de
recuperar la unidad perdida en un momento insolvente y desesperanzador, como
elementos escindidos.
Pero palomita, no solo significaste desde ese momento el
sustantivo de lo que es simbólicamente la paloma, sino que también significaste
la problemática de la posibilidad de la libertad, al problema de la realización
de la misma, como hoy lo decimos.
El sapo y la palomita no solo es uno de los cuadros más
lindos de Frida, sino que también fue un shock, un recuerdo. Y te digo esto
porque el Sapito había penetrado en lo más profundo de su alma y es que no
había leído nunca a nadie así, tan coherentemente perdida por amor, yo no
pretendo eso, pero sí que estemos en lo más profundo de nuestras almas.
El sapo y la palomita en una carta decía “Mi amor, hoy me
acordé de ti aunque no lo mereces tengo que reconocer que te amo. Cómo olvidar
aquel día cuando te pregunté sobre mis cuadros por vez primera. Yo chiquilla
tonta, tu gran señor con mirada lujuriosa me diste la respuesta aquella, para
mi satisfacción por verme feliz, sin conocerme siquiera me animaste a seguir
adelante” y eso me hace recuerdo o mejor dicho como olvidar aquel día que me
preguntaste sobre política en una discoteca antes del 21F cuando te conocí, a
veces los actos se nos hacen involuntarios y repetitivos. Y es que las
historias de amor son así.
Y lo que aprendí contigo es que todo depende de que lo
verdadero no se aprehenda y se exprese como sustancia, sino también y en la
misma medida como sujeto. Tú eres la palomita del alma mía.
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